Con los ojos distantes (1970)
(Selección de poemas)
CONSAGRACIÓN DE LA SANGRÍA
Cada trece de junio bajaba San Antonio al nombre de
mi madre
y se ponía a decir felicidad mojando nuestras bocas.
Era siempre una fecha de ojos enrojecidos
con los que ver mejor Córdoba en su llanura.
Había madre en los dulces, el jardín y el olivo, las flores
y la alberca.
Cada trece de junio se volvía a encender
la cera del milagro: hallar el escondite de unas cosas
perdidas,
aunque otra vez volvieran a perderse el mismo día catorce.
Sabía todo a homenaje costeado de arroz, mostos sureños,
carne y un gazpacho bien frío.
Un año entero daba su gozo en los manteles.
Y hacia la media tarde era cuando poníase más redonda
la fiesta.
Llegaban familiares abridores del turno de los besos.
Llegaban los amigos y crecía el jolgorio, cuando aquella
gramola nacida el año veinte rasgaba con su edad las
placas empolvadas.
El sol de San Antonio hundía tras los montes su antigua
coronilla e iba humedeciéndose la garganta lijosa
de la tierra.
Era este el anuncio mejor de la sangría.
La veo, la oigo llegar, un poco antes de la noche,
viajando en sus lebrillos, verde y flotante el fruto en su
alma roja y freca.
Traía consigo un júbilo próximo a derramarse y a sonar
cada vez como una fuente.
Empezaba a mojar palabras, gestos, risas, chillidos
y hasta enfados con una lengua múltiple y hecha a besar
cristales, dando a la sequedad del vivir un olor hondo
y denso.
A todos alcanzaba:
a los del baile en la azotea metidos en la hoguera del
abrazo
a los que preferían jugar a perseguirse por el jardín en
sombras,
a los mayores que miraban el mundo desde unos ojos
limpios de ilusiones,
desde unas bocas duchas en recorrer pasillos verbales
muy deprisa.
Oh sí entraba la sangre de la sangría en los jóvenes
cuerpos y en los cuerpos gastados,
más, más, más
para ser la gran vena y la gran reina, el consuelo de
tristes, la inundación de las gargantas, el trago de la
noche del Sur sólo días antes que llegara el verano.
Cada trece de junio bajaba San Antonio al nombre de mi
madre a consagrar sangría para ponerla luego en un altar
de gozo y repartirla.
Cierto estoy que él se iba tan alegre a su cielo.
ELEGIA
Has caído en la tierra con ojos asombrados.
Allí fuimos los niños que enseñaste.
Fue imposible cerrar las puertas de tu muerte.
Odio.
roto
solo.
Sigue saliendo sangre por tus sienes quebradas.
No es fácil abrir a tiros las ideas.
Hay arroyos que corren más que el tiempo.
Lloro
plomo
agosto.
Mil novecientos treinta y seis.
Y aún quema.
EN LA TORRE
Aquí lo tengo todo.
Me rodean cristales y retratos
del corazón, lloviznas y ruidos
del sueño, ojos que miran
mi propia historia.
Dicen que en el jardín acaba el mundo,
pero no. Esta es mi nave.
Ha habido una tormenta de naranjos
y ahora flotan riendo;
esta es mi nave y cruza
el meridiano en flor de los jazmines
y los atardeceres
con sus lechos tan tristes y amarillos.
No voy a perecer.
Es imposible.
Sí es que siento
la tentación mortal del eseoese
y una nube morada me visita,
despabilo tus cartas,
suben besos de pronto,
toco la fiel madera del amor.
Es mentira
que yo sea un cautivo
en esta habitación y que mis libros
sean voces de ceniza
y no soporte ya la voz humana.
Si llegan animales
voy y los acaricio dulcemente.
De cuando en cuando veo
aparecer una ciudad remota
-¿o está ahí?-
muy agujereada por las luces.
¿Tengo que pedir algo
para que entre también en este arca?
Dicen que en el jardín acaba el mundo.
Hay en el norte
de mi pared una humedad muy lenta
(se la escucha avanzar)
y el aire frota
su múltiple nariz con cada esquina.
Aquí lo tengo todo.
Aquí
en esta torre
altísima del miedo.