Encuentro con Ulises (1969)
(Selección de poemas)
LA LUZ
Es la luz.
Yo no puedo decir que aumente más,
como aseguran que pidió Wolfgan Goethe,
porque es imposible
y soy un hilillo dentro de la gran lámpara
(la luz, la luz)
y quemo,
y apenas si mi piel es un escudo
contra tanta invasión que no hace ruido.
Me he abandonado a la larga claridad
y no me importaría seguir así
poniendo mi cabeza en una almohada
transparente, hecha de tiempo acaso,
pero con la intención de no dormirme nunca
sobre esta tierra,
que le sirve de cama, de pupila y de fosa.
No disolverme,
jamás, ¿oyen?, jamás,
sino tener el tacto, los ojos y la boca
suspensos ante cuanto me rodea.
La luz
Como si encima
y debajo de su piel
estuviese lo único de verdad existente,
porque no necesita de nosotros,
mas permite que seamos espectadores suyos.
Me duele la mirada
de ir tan lejos y volver,
de darme cuenta cómo aquí es igual que allí,
de sonreírme de la Historia,
pues esta luz lo mismo fue que es hoy.
Ocupo el mismo sitio que ocuparon
Rino, Alaufo, Abdelasís, don Mina,
Francisco Piedraalta, Pepillo el de la Paula,
un tal González, Pedro…
La luz
Engaña hasta a la muerte.
CANTE DE MADRUGADA
De repente el silencio se hizo cueva.
De repente algo igual que una llama tembló,
siguió temblando,
aunque era noche con el aire ido.
Un hombre desgarraba
la tensa piel de agosto,
un hombre que quería
abrir como una puerta,
lentamente primero,
a golpes duros, rápidos, después,
hasta que al fin dio un grito.
Partida por sus dientes,
casi feroces,
yo oí como la copla saltaba en mil pedazos.
Y luego el hombre,
con lentitud y asombro del que mira el misterio,
recogió poco a poco lo que quedaba de ella
sobre el terrizo de la madrugada.
Al apagarse
la voz del hombre, el mar siguió latiendo
pleamarmente furioso,
ocupador ahora del centro de la noche
por sólo unos instantes,
porque una vez y otra
volvieron a crujir bajo la cueva
los ritos disparados,
la quejumbre alargada,
el coro de las palmas,
el bajar y subir del cante herido.
Era como una lucha,
una caliente lucha entre dos pulsos.
Y la pena del hombre
le podía al mar,
le podía
al mar.
MONÓLOGO DEL NADADOR
Le he abierto el pecho al mar para hundirme en su sombra,
y de golpe descienden conmigo luz y tierra.
Las instantáneas nupcias tienen rumor de peces.
Soy otro del que era cuando dejé la orilla.
Me pesaba la carne, la arena y el ruido
del roce del verano desnudo entre la gente;
me vencía el impulso de no querer salir
de la propia espesura de mi cuerpo asolándose,
y ahora floto en el júbilo del agua, se bautiza
nuevamente mi ser, la sal viene a mi boca
con un nombre que yela e intenso me recorre
como una ondulación feliz, como un disparo
de espuma que trae Vida al herirme los pulsos.
Qué lejos queda todo cuando alzo la cabeza.
En un instante cruje redonda la mañana.
Por entre el gotear de los ojos me asombra
ese otro continente seco del playerío.
Se mueven las aletas múltiples de la sangre,
despiertan del origen en que fuimos creados,
y el silencio marino hasta el fondo me abraza
mientras el corazón es un pez que se agita.
Combaten ya mis brazos el azul y lo quiebran.
Sólo me he de salvar de un dichoso naufragio
(oh ritmo en que se olvidan raíces terrenales);
sólo me he de salvar: alma a contracorriente
mecido en esa cuna que me lleva hacia adentro.
Soy otro del que era cuando dejé la orilla.
Y me subo en las altas terrazas de las olas.
Y el mimbre de los músculos dulcemente se queja.
Y juego con el sol, naipe enorme a la vista.
Y el tiempo es invisible delfín en mi costado.
Yo soy un nadador en libertad mojada
que besa con gozo el respiro del mar.
CONFUSIÓN Y VERDAD
El ojo a veces se me vuelve mano;
la tierra a veces se me vuelve agua;
entre lo que oigo y lo que veo transitan
otras cosas que no son de ver y oír;
la duda a veces se me vuelve risa
(la risa como cántara del miedo);
puede que diga verde y sea amarillo,
pero ante el amor no me confundo nunca
ni ante los puntos cardinales: Sur.